La ilusión es la materia de la que están hechos los sueños,

la voluntad es la herramienta con la que construimos nuestra realidad

Toda mi vida Polonia había estado presente de alguna forma en mi. Cuando con 14 años mi madre decidió apuntarme a un grupo de teatro porque pensaba que era muy tímido, descubrí que aquel grupo que se llamaba “Teatro Pobre” había cogido su nombre de un autor y teórico polaco llamado Jerzy Grotowski. Por aquel entonces ni siquiera sabía ubicar a Polonia en el mapa. Más adelante ya con 18 años en ese mismo grupo de teatro representamos una obra llamada “En alta mar” de Slawomir Mrozek. Aquella obra fue muy importante para mi ya que con esa obra ganamos el certamen nacional de teatro aficionado en España en el año 2005. Toda aquella experiencia me dio alas para decidir inscribirme un año más tarde en la escuela superior de Arte dramático y dedicarme a estudiar el noble arte de la interpretación. Iba a ser actor profesional.

Cuatro años de estudios. Fueron muy emocionantes. Todos los que vivimos la etapa de la universidad sabemos que son años de muchas revoluciones. Pero si además la carrera que estudias es la de actor o actriz, hablamos de emociones fuertes. Tuve la suerte de vivir momentos únicos e irrepetibles. Descubrí y encarné a personajes que nunca antes pensé que podía interpretar. Estudié autores brillantes, la historia de la música, me batí en duelo con espadas en las clases de esgrima, baile hasta llorar en las clases de danza, pudimos viajar a Rusia para compartir experiencias con la escuela de teatro de San Petersburgo. Y mientras todo esto pasaba, me enamoré. Me enamoré perdidamente en lo que fue seguramente mi primer amor serio. Ella era también actriz. Compañera de curso. Pero como he dicho antes, los años de la universidad son años de muchas revoluciones, y de la misma forma que conocí el amor, conocí el dolor y la tristeza de la traición. No voy a hacerme el duro y a negar que dolió. Dolió y mucho. El primer amor nunca se olvida, pero el dolor de la primera traición deja normalmente una gran cicatriz.

Seguí con mi vida de actor, compaginando trabajos en diferentes grupos de teatro con la ayudantía de dirección de algunas obras en la escuela de arte dramático. Y precisamente fue allí donde se abrió la puerta a una oportunidad que cambiaría mi deprimido estado de ánimo.

“Tenemos la opción de representar la obra en Varsovia, Polonia, ¿Quién estaría interesado en ir?”

Yo como ayudante de dirección realmente no era imprescindible, de modo que llevado por mi apatía y tristeza del momento difícil que atravesaba, me eche atrás. No mostré interés ninguno en realizar un viaje tan lejos. Sin embargo fueron mis compañeros los que eligieron. “Alvaro viene también ¿no?”. La pregunta no esperaba respuesta, era más bien una afirmación.

Dos meses más tarde la compañía estaba en un avión dirección Varsovia.

Nuestra obra iba a representarse en el Teatro Nacional, Teatro Narodowy, en el marco de un certamen internacional de escuelas de teatro. Actores y actrices de escuelas de teatro de Polonia, Italia, Inglaterra, Francia, Corea, Suecia y muchos otros países. Y por la noche un bar discoteca reservado para todos los participantes del festiwal.

Recuerdo a mis compañeros masculinos del grupo abrir la boca y subir las cejas al ver a las guapísimas chicas polacas en la pista de baile. Ya la segunda noche del festival muchos de ellos tuvieron sus escarceos amorosos con mas de una polaca.

¿Yo?, bueno yo disfrutaba por el día de las visitas guiadas a una sorprendentemente calurosa Varsovia en Julio y por la noche de la cerveza polaca mientras hablaba con el director sobre aspectos técnicos de la obra y sobre ciertas anécdotas que observábamos en el aquel bar.

Fue a la cuarta noche cuando un compañero y amigo del grupo se dirigió a la barra y me dijo:

“Alvaro tio, ven conmigo arriba que estoy hablando con tres polacas que están tremendas”.

Vete a tomar el aire -me dijo el director que me acompañaba en la barra en aquel momento.

Y subí arriba a tomar el aire.

Efectivamente había tres polacas, una rubia, una morena y una pelirroja. (Como en un chiste)

Mi colega me presentó y una de ellas, la morena, me ofreció un cigarro. Yo no fumo, no me gusta fumar especialmente porque no sé fumar, nunca he sabido. Siempre que cojo un cigarrillo hago el ridículo; Al ver que todos fumaban en ese momento, acepté. Y por supuesto, hice el ridículo. Nada más dar la primera calada, empecé a toser como un viejo.

¿Estás bien? -me pregunto la chica morena.

La chica morena se llamaba Dagna. Bueno, se llamaba y se llama Dagna. Y actualmente es mi mujer. Mi compañera de vida. Y la primera pregunta que me hizo no pudo ser mas acertada: ¿Estás bien?

Yo no estaba bien, y sin embargo esa pregunta en aquella calurosa noche de julio me hizo sentir mejor. Fue una pregunta sin maldad pero encerraba un: “¿Por qué fumas si no sabes?. Lejos de sentirme incómodo por ser descubierto, me animó a mostrarme yo mismo y a tirar ese cigarrillo al suelo.

Toda esa noche nos tiramos alternando charlas sobre todos los temas imaginables, con bailes donde no sabíamos muy bien donde poner ni los pies, ni las manos. Fue una de las mejores noches de mi vida. Dagna era estudiante de la academia teatral de Varsovia que organizaba el festival. Y a la vez era la guía del grupo de Korea. Estudiaba teatrologia y estaba en el primer año. Me sorprendió lo diferente que parecía a todas aquellas chicas polacas que estaban alrrededor. La madurez con la que hablaba y lo sencilla y al mismo tiempo inmensamente interesante que parecía. No quiero decir que me enamoré en ese momento. Pero si sentí una atracción por esa chica con un nombre raro y por supuesto noté que ella también había sentido algo.

Llegue al hotel deseando irme a dormir y que amaneciera para poder coincidir con ella en cualquier evento del festival donde estuviera el grupo de Korea. En julio en Varsovia amanece a las 4 de la mañana, así que ese deseo se transformó en pesadilla cuando realmente intentaba concentrarme en dormir. En cualquier caso llegó el día siguiente.

Me encontré con Dagna en el teatro donde se representaba la obra del grupo Italiana. Y salvo dos sonrisas no pudimos dirigirnos más palabras, debido a la cantidad de gente que había. Suficiente. Aquella sonrisa significaba que la noche anterior de conversaciones y bailes no había sido una imaginación.

Esa misma noche el grupo de españoles decidió ir a cenar a un restaurante en la zona vieja de Varsovia, y como es costumbre en España, cenamos tarde. Eran casi las 00.00 cuando salíamos del bar, y yo no sabía como decirles a todos que debíamos ir al disco-bar del festival. Quería continuar con aquellas maravillosas conversaciones y bailes con Dagna.

Cuando llegamos el sitio estaba lleno de gente bailando. Esa noche ya no quise estar sentado en la barra, y me dedique a buscar a una chica alta y morena con ojos verdes. Ví entonces a los actores del grupo de Korea, pero ni rastro de Dagna. Les pregunté si sabían donde estaba su guía polaca. Pero me dijeron que hoy no vendría. “NOOOO” les grite sin querer. “Perdón, pasadlo bien”

Me volví para la zona donde estaban mis compañeros españoles y al poco me volví para el Hotel decepcionado.

A la mañana siguiente era la representación de nuestro grupo. No había tiempo para pensar en ver la ciudad. Todo debía estar preparado para cuando fuera nuestro turno de actuar en el festival. A las 18.00 se abrió el acceso al público y yo no hice otra cosa que mirar la puerta esperando ver a Dagna entrando al patio de butacas. Pero nunca entró. Y cerraron la puerta. Y comenzó la función. No fue la vez que mejor lo hicimos, pero no estuvo mal. Terminamos de desmontar y guardar toda la escenografía y nos fuimos a celebrar la función al bar del festival.

Y Dagna no estaba allí. Nos quedaba un día allí. Y ahora era yo el que no quería irse. No sin al menos ver a esa chica polaca una vez mas. ¿Por qué?, No sabía muy bien por qué. Pero es lo que sentía.

Esperé y esperé mirando por todos sitios a Dagna, hasta que, cerca de medianoche, apareció. No fue directamente a ella, deje pasar un tiempo prudencial, unos dos minutos. Entonces me dirigí hacia donde estaba y le pregunté: ¿bailamos?.

Y bailamos, hablamos, reímos y bebimos. Cuando cerraron el bar fuimos paseando por Varsovia. Me estuvo enseñando y explicando muchas cosas de la ciudad. Probé por primera vez el Vodka blanco junto con un pepinillo encurtido. Esa noche fue la mas larga y la mas corta de mi vida. Al día siguiente hacía el medio día debíamos volver a España. Pero yo no pensaba en eso, solo disfrutaba de estar con esa chica que por alguna extraña razón me hacia sentir tan bien.

La noche dió paso al dia. Y cuando le dije a Dagna que debía volver al hotel para preparar las maletas ella se ofreció a acompañarme. Ella tampoco quería que ese día acabara. Y sin embargo tenia que acabar. Curiosamente ahora no quería irme de Varsovia.

Recuerdo despedirme de ella en la recepción del hotel. En mi cabeza sabía que era imposible que esa chica y yo volviéramos a vernos nunca más. Yo, un actor con diferentes proyectos en marcha a 2260 kilómetros de Polonia. Y sin embargo en dos días habíamos sentido una conexión tan fuerte que era muy doloroso tener que decir adiós para siempre. Me abrazó muy fuerte y empezó a llorar. Yo aunque lloraba y maldecía por dentro mi mala suerte, no pude llorar. Algo en mi me decía que debía estar feliz después de tanto tiempo triste. Feliz por haber conocido a alguien como Dagna. Por saber que aun es posible encontrar algo que ya pensaba imposible. Nos besamos, un beso tan largo y tan corto como esos dos días en que nos habíamos conocido. Un beso triste y alegre. Un beso que pensábamos sería el último, y que pensábamos que recordaríamos toda la vida.

No fue el último, pero si lo recordaremos toda la vida.